«Si no puedo vivir de la poesía, que la poesía viva de mí». Entrevistamos a Ariel Center, vecino de Villaviciosa desde hace muchos años. ¿Quién no conoce a Ariel? Es un hombre cordial que siempre tiene un comentario ingenioso, afable y popular entre nosotros. Pero si nos adentramos en los misterios de su vida y su obra, encontramos motivos para apreciarle por su bondad y admirarle por su fuerza de voluntad y su poesía.
Nos sentamos con Ariel en una mesa del Café del Infante y comenzamos elaborando una semblanza del personaje: nacido en Buenos Aires en 1972 de padre argentino y madre española, llegó a España con su familia en 1983. Ariel había sido un brillante estudiante hasta que, en 1984, afectado por el drástico cambio, suspende física y matemáticas, hecho que le marcará. Reside en Gijón hasta 1988 y de ahí se traslada a Móstoles, donde repite dos veces 1º de BUP y decide abandonar los estudios. En 1990 se muda a Villaviciosa y comienza a trabajar en el taller de bolsos y cinturones de su madre. Ese mismo año regresa a Buenos Aires y ayuda a su abuelo en su joyería. Allí sufrirá su primer percance amoroso y el desengaño subsiguiente actúa como hilo conductor de su aún joven e inmadura poesía.
Desde el año 91 hasta la actualidad, Ariel alternará la residencia en Villa con su madre y la residencia en San Martín de Valdeiglesias con su padre, dedicándose profesionalmente a los complementos. En cuanto al amor de su vida, que debe de ser la poesía, había ganado su primer premio en el colegio en 1980 y escrito una poesía rudimentaria desde 1987. No será hasta 1997 cuando comenzará a escribir con más afirmación, convicción y seriedad tras leer a Walt Whitman y sentir su influencia. Es entonces cuando empieza a guardar sus poemas.
En 1998 gana el primer certamen «Las aguas» de poesía que concede el PP en Villa con el poema «Quién fuera mi agua, mi pueblo». Recibe una placa conmemorativa. Alentado por el éxito, hasta el año 2002 ofrece recitales por toda la Comunidad. Y en 2002 se publica su primer libro de poesía, Pangea, compartido con el autor Marcos Almendros. Ambos se reparten 500 ejemplares producidos por la imprenta de Marcos y Ariel consigue vender 350 en 15 días, lo que le reporta una ganancia de 2500 euros. El poeta nos cuenta una graciosa anécdota de entonces que eleva el recuerdo de un querido y prestigioso escritor:
«Juan Farias pronosticó que la mitad de los ejemplares se quedarían bajo mi cama. Yo le respondí que si acaso quedarían arriba, porque bajo ella dormía yo».
Cuando me reúno con Ariel una semana después en su casa, ya he leído sus dos libros y algunos de sus poemas actuales. Pangea me parece un gran libro de debut, con un poema inicial fascinante, grandes dosis de emoción y un cierto egocentrismo del autor, que nos habla del amor y de Dios guardando un delicado equilibrio entre la esperanza de felicidad y la angustia debida a nuestra insignificancia. Le comento con sinceridad que sus poemas me han gustado bastante más que los de Marcos, a lo que Ariel responde que casi todo el mundo, después de leer el libro, dijo lo mismo. Porque el arte no es patrimonio gratuito, no bastan la voluntad o las buenas intenciones para brillar en la poesía.
En 2002 Ariel ofrece un recital organizado por el Ayuntamiento de S.M. de Valdeiglesias. El alcalde aportó el Centro de Recursos Sociales, puso el vino y compró 40 libros. Ese día vendió 75. Ariel venía recitando todos los domingos en «Tierra y Fuego», en la zona de Tribunal de Madrid, donde Marcos revelaba en una pantalla que «Ariel no tiene novia». Luego, en 2004, se marchó de vacaciones a Buenos Aires y dio allí tres recitales, uno de ellos a la una de la mañana en un balneario uruguayo, sumergido en una piscina termal con un micro inalámbrico en mano. En 2005 se aloja un mes en ese mismo balneario, pues a partir del año 2000 su salud se vio afectada por el pesimismo y la depresión, básicamente debidos a las decepciones amorosas y su hipersensibilidad de gran artista. Ariel, no obstante, no ceja en su empeño de difundir su obra y aprovecha la estancia para dar un recital en un camping. Pero antes, durante sus vacaciones bonaerenses de 2004, había conocido a Luciana.
Sitges Club, local de ambiente en Buenos Aires, adonde había acudido con su prima, que deseaba alejarse de sus molestos pretendientes y tomar una copa en calma. Luciana, también poeta, le recita a Baudelaire y le lleva al Centro Cultural Konex, donde conoce a los miembros de Eloísa Cartonera, asociación dedicada a forrar libros con cartones. Otro día, en una playa, la señora Alicia le da un contacto en Buenos Aires, el poeta Sir, que le habla del Lobo Estepario de Herman Hesse. Ambos intercambian poesía y tangos. Entre 2006 y 2007, envuelto en sus pesadillas cotidianas, Ariel lucha para sobrevivir a una honda depresión.
El poeta nos habla de sus amores: «El primero fue en 1985, en Gijón, una relación de dos años a la que siguieron dos más. Ya en Madrid, tuve una adolescencia promiscua, conocí el desengaño en Buenos Aires y en 1996 conviví cuatro meses con una joven peruana en Fuenlabrada, pero a los seis meses lo dejamos, hecho que me causó mucho daño emocional y desencadenó mis problemas de salud. En 2002 gocé de una bonita relación en Villalba pero también terminó, y luego, hasta el año 2005, mantuve relaciones esporádicas». La poesía es un aliciente productivo y un remedio contra las depresiones y otros obstáculos. En 2007 publica su segundo libro, Stravaganza.
Lo lanza Publidisa, una editorial de Sevilla, son 500 ejemplares que le cuestan 1000 euros, los vende a un precio de 6 y se le acaban las existencias en 10 días. Ariel visita varios cafés de Madrid en los que va dejando ejemplares a sus dueños, que compran muchos libros. «Lo escribí por necesidad económica y gané 2000 euros. Pero creo que Pangea tiene más contenido poético». Yo, comparándolos, encuentro una clara evolución partiendo del individualismo de Pangea, donde el autor que proyecta su amor y su fe es el protagonista, frente a un poeta más solidario y abierto a la humanidad, al prójimo, en Stravaganza. Aparecen la generosidad y el desprendimiento de la peripecia personal, con sus problemas, a través de la filantropía. Hay una vocación casi diría que cristiana, en un sentido más filosófico que religioso, en un Ariel más fuerte y tal vez más sabio. Pero es posible, como él dice, que el lirismo y la emoción poética sean más intensos en Pangea.
«Desde entonces intento ayudar a la gente. Hoy en día tengo fe en conseguir que la poesía sea mi medio de vida. Me gustaría ayudar a la vieja, y en ello estoy, quizá sea posible abrir del todo unas puertas que quedaron entornadas. Aunque lo cierto es que, como se dice, hay tres cosas en la vida: salud, dinero y amor. Y yo, hoy por hoy, no tengo ninguna de las tres».
Entrevista realizada por Manuel Godino