Hace unos días se ha producido una terrible desgracia: una facción de terroristas musulmanes ha asesinado a un pacífico grupo de 23 turistas que se encontraba en Túnez visitando el museo del Bardo y disfrutando de sus vacaciones. Entre ellos, tuvimos que lamentar el fallecimiento de dos españoles. El atentado ha sido reivindicado por el grupo terrorista llamado Estado Islámico, que opera en estos tiempos en los territorios de Siria e Irak –principalmente- tratando de imponer un gobierno islamista radical y enemigo de la democracia y la libertad de occidente.
Unas semanas atrás yo escribí aquí acerca de los atentados en Francia que acabaron con la vida de los dibujantes y redactores. Y opiné que, con independencia del crimen injustificable de los asesinos, no debíamos tomarnos a broma lo que para los musulmanes es sagrado e intocable, sino mostrarnos prudentes, respetuosos y abiertos a un camino de paz. Bien, esta opinión que manifesté la mantengo, pero ahora nos encontramos ante un caso distinto.
Me vienen a la memoria otros atentados contra turistas europeos y americanos que tuvieron lugar en Egipto, Turquía, Marruecos… Cada cierto tiempo se produce un rebrote brutal de estos grupos terroristas musulmanes y tenemos que llorar la muerte de nuestros inofensivos ciudadanos, cuyo único crimen consistió en atreverse a visitar tierras islámicas. Así que yo planteo: si está claro que un porcentaje de la población musulmana nos odia y nos considera sus enemigos, ¿por qué seguimos visitando estos países? ¿No sería mejor quedarnos en casa o visitar Italia, Inglaterra, Francia, Suecia, América o Asia antes que jugarnos el cuello poniendo allí nuestros pies?
Cuando yo expongo este argumento, algunas personas me dicen: ya, pero el riesgo también existe en Madrid, París, Nueva York o Londres, como de hecho hemos podido comprobar en el pasado. En efecto, se han producido terribles atentados de estas características en algunos de los principales países occidentales. Aun así, nuestras autoridades y nuestra policía luchan denodadamente por descubrir y desmantelar las redes y células yihadistas que se ocultan en Europa y América, de manera que hoy en día puede decirse que el riesgo de sufrir un ataque terrorista perpetrado por fanáticos musulmanes es bastante menor en occidente que en Afganistán, Irak, Siria, Libia, Marruecos, Túnez, Egipto… Yo al menos me siento mucho más tranquilo en España que si viajara a cualquier país árabe, pues caminaría por la calle pensando que en cualquier momento pueden fijarse en mí personas que en el fondo de su corazón, aun cuando no me disparen ni me lancen una bomba, sienten odio hacia mí, hacia mis compatriotas y hacia todo lo que representa mi origen.
Así que, prosigo, en mi opinión un buen medio para luchar contra esta cruel y absolutamente injusta amenaza islamista, sería negarnos como pueblo, civilización y alianza a visitar sus bonitos y exóticos países. Sería una lástima, sí, perdernos el espectáculo de las pirámides y las mezquitas, pero ¿qué hacemos los turistas occidentales gastándonos nuestros euros y nuestros dólares en países cuyos habitantes, en cierta medida porcentual, nos consideran sus enemigos? Neguémosles nuestra plata, para que al menos no se enriquezcan a nuestra costa y además nos maten. Dejemos de visitar los países musulmanes, puesto que existe el riesgo de encontrar la muerte en ellos. Y pongamos en manos de sus gobernantes, de su sociedad civil, la resolución de un gravísimo problema que nos afecta a todos.
¿No nos quieren a su lado? Démosles pues la espalda, que se las apañen y al menos no puedan valerse de nuestros recursos económicos. Se ha entablado una guerra de valores y ambiciones territoriales, así que no deberíamos seguirles el juego a los asesinos. Nunca más. Una vez limpios de terroristas y yihadistas los países musulmanes, podríamos regresar y volver a gastar el dinero de nuestro turismo en ellos. Aunque me temo que transcurrirán muchos años antes de que eso sea posible. No enviemos turistas sino ejércitos de liberación -como ya se viene haciendo- a aquellos territorios donde la paz y seguridad de los ciudadanos inocentes, cristianos, musulmanes o judíos, no está garantizada. En legítima defensa de los derechos humanos, violados por la guerra ideológica, religiosa y territorial.
¿Acaso la pervivencia y seguridad de Israel, subyugador de Palestina, justifica todo ese odio? Según ellos, sí. Tal vez sea éste el problema seminal y causante de este caos internacional -un problema derivado del genocidio nazi-, pero yo, como ya manifesté en uno de mis artículos, considero que el territorio de Israel es muy pequeño y modesto en comparación con los grandes estados árabes, así que creo que también los judíos tienen derecho a su porción de tierra. Ojalá las autoridades internacionales encuentren la manera de sustentar la paz y mitigar la enemistad entre árabes y judíos, de establecer fronteras legítimas, razonables y estables entre Israel y Palestina, lo que redundaría en beneficio de todos y solucionaría en gran medida el conflicto cristiano-judeo-musulmán, fuente de odio, guerra encarnizada y muerte.
Mi mujer y yo hablamos de vez en cuando de visitar Egipto, país natal de mi admirado Naguib Mafuz, y solazarnos en la contemplación de sus monumentos, empaparnos de su cultura milenaria, disfrutar de su gastronomía… Pero yo, como le vengo diciendo desde hace años, no pondré mis pies en un país musulmán hasta que toda esta locura ceda y pase al olvido. Aunque me duela y me apene, creo que es la postura acertada.