Nuestro vecino y colaborador Javier Roldán nos muestra su visión, realista pero también positiva y esperanzadora, sobre la dramática situación que estamos viviendo a consecuencia del coronavirus.
Son momentos duros, muy duros, y los que vendrán.
Una pandemia que crece a un ritmo desconocido pero preocupantemente alto. Miles de contagiados, gente enferma sufriendo lo indecible y, para rematar, cientos de muertos. Familias rotas por el dolor en tanatorios y cementerios vacios, solas. El resto de los familiares confinados en sus casas sin poder besar, abrazar y acompañar a sus seres queridos en el último adiós.
Al drama personal y familiar le sigue el económico. Comercios y autónomos sin actividad ni ingresos hasta no sabemos cuándo. Asalariados que ven su puesto de trabajo tambalearse en función de la duración de esta situación. Pequeñas empresas que ven cómo sus ingresos van a bajar a cero y sus costes fijos se mantendrán.
Probablemente sea el momento más duro que muchos de nosotros hayamos vivido. No invita al optimismo.
Pero yo miro a mi lado y veo a una mujer maravillosa que no sé por qué extraña razón decidió pasar el resto de su vida conmigo. Y veo a mi hijo de 5 años que esta mañana se ofreció motu proprio a ayudar en las tareas del hogar, que a partir de ahora nos toca hacer a nosotros. Y pienso en mis padres que, a pesar de pertenecer a un grupo de alto riesgo, piensan antes en sus hijos y sus nietos que en ellos mismos. Y pienso en mis hermanos y mis cuñados y estoy tranquilo porque sé que si mi mujer y/o yo enfermamos nos van a ayudar en todo. Y pienso en el resto de mi familia, mis tíos, mis primos, y en mis amigos (algunos desde hace más de 40 años) y vecinos y sé que van a estar siempre ahí si les necesito. Y pienso en los vecinos de mi pueblo, Villa, donde llevo viviendo casi 50 años y en cómo se están ofreciendo en las redes sociales a cuidar niños a quien no pueda “teletrabajar” o a hacer la compra a las personas de alto riesgo. Y pienso en el personal sanitario de este país y cómo se están dejando la vida por los demás. Y pienso en los taxistas que se han ofrecido a trasladar a dicho personal de forma gratuita. Y pienso en las fuerzas de seguridad, en todo el personal de los supermercados, en los transportistas y un largo etcétera de profesionales que están exponiéndose día a día al contagio. Y pienso en la gente esperando hora y media para donar sangre…
Y son todas estas cosas las que me hacen ver la vida como un iceberg, esa gran masa de hielo que solo asoma una pequeña parte por encima del agua. En estos momentos el 10% que vemos por encima del agua es el horror, es el miedo y el dolor soportado, además, de una forma cruel. Pero si metemos la cabeza en el agua, si profundizamos, podemos ver el otro 90%, el optimismo y la esperanza que transmite la gente buena que nos rodea por todas partes y por la que tenemos la obligación moral de cuidarnos para, en su caso, ser nosotros los que podamos ayudarles a ellos.
Mucho ánimo y mucha suerte a todos.
Texto. Javier Roldán