El sábado por la noche ‘El Mundo’ publicó esta noticia en la que calificaba al pabellón de Artes Marciales de nuestra localidad como «el Madrid Arena de Villaviciosa». La polémica, que se abrió en diciembre al hacerse público que el edificio carecía de licencia de actividad, fue llevada a pleno en ese mismo mes, cuando los sindicatos policiales pidieron la dimisión del concejal de Seguridad, Juan Godino. El Ayuntamiento, que reconoció en diciembre las deficiencias, apuntó entonces que estaban «en trámite de ser solventadas», palabras parecidas al comunicado que cita ‘El Mundo’ en su noticia (se sigue trabajando para adecuar esta instalación según las indicaciones que establezca el Organismo de Control Autorizado, dice literalmente). Asimismo, el Consistorio sigue descartando la clausura momentánea del pabellón, como pedían los sindicatos policiales, ya que se trata de «deficiencias leves».
El deporte, por tanto, no se detiene en el pabellón de la Federación Madrileña de Judo y Deportes Asociados. Como prueba esta la disputa este fin de semana de un campeonato infantil. Nuestro bloggero Diego Ferriz estuvo en la competición, que se desarrolló con normalidad, acompañando a su hijo. Así nos cuenta Ferriz cómo transcurrió la tarde.
«Cuando me enteré de que mi hijo había sido convocado a un campeonato de Judo en el Pabellón Polideportivo del Cerro de las Nieves a las tres de la tarde, pensé: «hombre, ya podían tener un poco de cuidado y no celebrar una prueba a una hora tan intempestiva, no nos va a dar tiempo ni a comer». Además, el sábado trece de febrero de 2016 el Real Madrid jugaba contra el Athletic de Bilbao a las cuatro de la tarde, así que lamenté tener que perderme, casi con toda seguridad, al menos la primera parte.
Pero se presentó el sábado, comimos a las dos, mi hijo se vistió de judoka, todo de blanco, con su cinturón blanco de principiante, y allí fuimos. Llegamos justos de tiempo y mi hijo se incorporó al resto de sus compañeros cuando el profesor que dirigía la reunión, micrófono en mano en mitad de la pista, anunciaba el orden del día. Las gradas estaban pobladas por las familias de los chavales, yo diría que en dos terceras partes. Mi mujer, mi cuñada y yo nos mezclamos entre el público y asistimos a las primeras evoluciones de los niños.
Comenzaron realizando una serie de ejercicios dirigidos por el maestro de cinturón rojo, que les invitaba a correr, gatear, emparejarse, saltar, caminar de costado… Una variada gama de actividades destinadas a entretenerles para que entrasen en calor. Me pareció un espectáculo interesante contemplar a cientos de niños de siete u ocho años, todos vestidos de blanco, corriendo al unísono, agachándose para flexionar sus cuerpos y ejercitarlos obedeciendo a las órdenes del maestro y reagrupándose luego.
Pronto se me pasó el ligero fastidio debido a la hora temprana y comprendí que, teniendo en cuenta que en el campeonato participarían niños de distintas edades, la prueba debía comenzar desde las tres para que diese tiempo a que todas las categorías compitiesen. Después, creo que a las cinco, se celebraría la siguiente sesión con niños más mayores.
Una vez completado el calentamiento, los niños fueron reunidos en uno de los fondos de la pista y nombrados uno a uno para luchar en el campeonato. La pista acolchada estaba dividida en ocho tatamis cuadrados dentro de los cuales tendrían lugar los combates, y los chavales iban desfilando por el lateral de la pista, acompañados de los árbitros uniformados con traje y corbata, hasta el tatami que les había correspondido.
Yo le había contado a mi hijo que, cursando mis estudios en el colegio, participé en un campeonato de Judo que no se me olvidaría. Formaba parte de un equipo y el rival que me tocó en suerte, un niño de mi clase llamado José Luis, era más grande y corpulento que yo. Quizá pudiese aprovecharme de su fuerza y, como mandan los cánones del judo, desequilibrarle valiéndome de su propio impulso. Pero a la hora de la verdad, José Luis me alzó como a un muñeco y me derribó sin contemplaciones practicando un ippon seoi nage, de manera que su equipo obtuvo la máxima nota, diez puntos, y el mío la mínima, cero. Ahora, tantos años después, había llegado el turno de mi hijo, y yo estaba expectante ante su actuación, pero sabía que era un novato en su primer curso y que le costaría imponerse a otros niños más experimentados que él.
Ya se habían celebrado dos turnos, más de dieciséis competiciones de grupos de cuatro niños o niñas cuando mi hijo, agrupado con los restantes, fue llamado a participar. Le correspondió el tatami numero uno, y hacia allí nos dirigimos desde el graderío del fondo cuando el pabellón iba llenándose al llegar nuevas familias con los niños que participarían a las cinco. A mi hijo le pusieron un cinturón azul oscuro y enseguida saltó al tatami, se saludó ceremoniosamente con su rival al modo del noble arte del Judo y comenzó a pelear.
Su rival llevaba la iniciativa, tratando de zancadillearle o subirle sobre su cuerpo y lanzarle al suelo, pero mi hijo se defendía como gato panza arriba. La chaqueta se le salía del cinturón debido a los tirones del otro contendiente, pero él no se descomponía y seguía aguantando como un jabato. El árbitro, en las pausas, le pedía con un inequívoco gesto que atacara con más frecuencia, pero mi hijo, superado por un rival más experto y educado en las técnicas ofensivas, tenía bastante con defenderse y contraatacar a intervalos. Transcurrieron unos minutos y terminó el combate. Pensé que mi hijo lo había perdido a los puntos. Pero al menos había conseguido mantenerse en pie toda la prueba.
Al final de su segundo combate, fue derribado por primera y única vez, creo que a causa de un inoportuno resbalón. Me emocioné y sentí cierta lástima al verle tumbado con su rival sobre él, inutilizándole en un abrazo definitivo. Sin embargo, ambos se incorporaron a requerimiento del juez y siguieron peleando. Luego vendría el tercer combate, en el que se reprodujeron las mismas pautas: mi hijo defendiéndose, esquivando zancadillas y llaves de todo tipo, y su rival procurando en vano derribarle y derrotarle con claridad.
Terminado el campeonato, todos los niños iban siendo llamados, se subían al pódium y recibían su medalla. Mi hijo salió del pabellón con su medalla de bronce y yo le dije: «¡Bravo! Me has recordado a Rocky Balboa, el potro italiano; perdió su primera pelea del campeonato del mundo pero se mantuvo en pie hasta el final. Has luchado como un león contra niños que, a juzgar por el color de sus cinturones, llevan más tiempo que tú practicando Judo. Cuando uno lo da todo y se deja la piel sobre el tatami, debe sentirse contento, orgulloso y satisfecho. La próxima vez, si sigues esforzándote y aprendiendo, ganarás tú». Mi hijo cree que pronto le ascenderán a cinturón amarillo-blanco.
Le doy mi más sincera enhorabuena a las diferentes escuelas y colegios que participaron, por hacernos pasar un rato tan maravilloso que me permitió disfrutar y evocar mi pasado. Espero que pronto se celebre otra prueba y, aunque comience temprano, no voy a poner un solo pero sino que acudiré dispuesto a animar a mi hijo, deseoso de verle ganar algún combate y sentirse feliz por ello. Bravo por todos los niños y niñas que, campeones o no, participaron noblemente en el evento. Estas son las cosas que tiene el deporte, a veces se gana y a veces se pierde.
Pero, por encima de todo, como decía el maestro del fútbol Luis Aragonés, se compite: se participa honesta y limpiamente y se trata de mostrar lo mejor de uno mismo para obtener el premio. Si no se consigue, se sigue entrenando y el deportista se motiva para alcanzar algún día el éxito y, quién sabe, la gloria. El deporte es un aporte de beneficios físicos, psicológicos y, en ocasiones, económicos, y debe fomentarse como hacen estos maestros y maestras de Judo desde sus escuelas. Muchas gracias a todos ellos».
Foto: Madrid.org