El pasado sábado por la tarde asistí con mi mujer y mi hijo al estreno mundial del espectáculo Muzik, protagonizado por el artista villaodonense Luigi, al que pude entrevistar días antes. La verdad es que tuvimos suerte, porque cuando compramos las entradas, el sábado por la mañana, conseguimos los últimos tres asientos consecutivos que quedaban disponibles. Cuando empezó la actuación, pocos minutos después de las ocho de la tarde, el Auditorio del Coliseo estaba abarrotado y expectante.
Luigi hizo aparición por una puerta lateral, provocando las primeras risas al llamar desde fuera para que le dejaran entrar. Lo hizo cargado de trastos, una maleta, una bolsa y un patinete, y patinando dio unas vueltas bajo el escenario y se subió a este, ocupado por las sillas, los atriles y los instrumentos de una orquesta sinfónica que estaba ausente. Envuelto en un silencio solo interrumpido por las risas de los peques y sus propias exclamaciones, procedió a subir y bajar de las sillas repetidas veces, cayéndose aparatosamente en algunas ocasiones y recorriendo el escenario sin soltar sus cosas, que parecía no saber dónde apoyar…
Luigi se dirigió, uno por uno, a sus compañeros de orquesta ausentes: una mujer a la que habló en inglés, diciéndole «I love you» ahora que nadie le oía, y otros tres músicos a los que habló en francés, alemán e italiano. A todo esto, había conseguido desprenderse de sus cosas y poco después sacó de su funda el serrucho e interpretó una bonita y envolvente melodía. Entre tanto, Luigi no dejaba de desplazarse cómicamente tirándolo todo, ordenando y desordenando frenéticamente todo aquello que estaba a su alcance, de manera que el público reía confabulado con el simpático y nervioso protagonista.
Muzik es un espectáculo que se desarrolla in crescendo, la intensidad de la actuación va en aumento y la emoción que comunica alcanza momentos álgidos cuando Luigi nos asombra haciendo maravillosos juegos malabares y equilibrios sobre una tabla y un cilindro que le sirven de apoyo mientras pretende agarrar el abrigo rojo de su compañera ausente, que se eleva misteriosamente y permanece en las alturas. En un momento determinado, introduce una gramola y la música, esa otra protagonista del espectáculo, comienza a sonar…
Escuchamos el murmullo de los viejos discos bajo la aguja lectora. Después de que durante un rato el silencio haya prevalecido, tras la intervención del serrucho y otros fragmentos de música que le apoyan mientras nos deleita con sus equilibrios, Luigi da paso a la melodía principal que corona el show: poco a poco, acciona los instrumentos, violín, violonchelo, clarinete, trombón, un piano chiquitito junto al que se sienta, y la gramola, ante los gestos de complicidad del artista, va grabando la música que mana de cada instrumento; los ritmos de la batería que él mismo interpreta con notable soltura le dan un toque pop y rock a la elegante melodía, que primero consta de un instrumento, luego de dos, luego de tres…
Un grandioso colofón de un espectáculo muy ameno y cómico, que les recomendamos vivamente. Al final, el gran Luigi hace subir al escenario a Isabel, su pareja y asistente, junto con Asier Acebo (The Wyest) y Pablo Duque (Música de Villa), responsables de la música, para que reciban junto a él una merecida ovación. Y nos señala a Yves Dagenais, su maestro, venido desde Canadá para la ocasión. Salimos del Auditorio con la sensación de haber presenciado un espectáculo, mitad circo mitad teatro, caracterizado por la mímica, tradicional y cómico a la vieja usanza del circo, convincente y también moderno. Antes de marcharnos, me acerco a saludar a Yves Dagenais, que se encuentra junto a la salida, y le felicito efusivamente. ¡Viva el circo!
Texto: Manuel Godino