lunes, septiembre 25, 2023

Humor negro, por Diego Ferriz

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¿Se puede bromear con cualquier asunto, incluso la muerte, por tétrico e irrespetuoso que parezca?, me preguntó el otro día un buen amigo. ¿Se pueden decir barbaridades de mal gusto con tal de hacer reír a los demás? Bueno, pensé yo en principio, el humor negro es cosa del pueblo, de las conversaciones cotidianas entre la gente; entre cualquier persona que, con independencia de su estatus, se halle entre amigos de confianza o en situación propicia a los chistes. Por mucho que pretendamos establecer una barrera entre lo admisible y lo inadmisible, la multitud se la saltará; no se puede nadar contra la corriente popular, que se lleva por delante el respeto al dolor y la miseria ajenos.

Eso pensé yo, sí, pero después, movido por la curiosidad, decidí investigar y comprobé que el humor negro –lo había pasado por alto a primera vista- no es sólo patrimonio de la calle, sino que se encuentra presente en el arte occidental, en la literatura y el cine, desde hace cientos de años:

El irlandés Jonathan Swift, recordado por “Los viajes de Gulliver”, es considerado el precursor del humor feroz y fúnebre; en su obra “Una modesta proposición” de 1729, sugiere a los padres que no pueden mantener a sus hijos debido a la carestía, que los vendan a los ingleses ricos para que éstos se los coman. El inglés Thomas de Quincey, en su ensayo “Del asesinato considerado como una de las bellas artes” de 1827, nos presenta la muerte como un espectáculo artístico: si no podemos salvar a las víctimas, ignoremos la moral y gocemos de los valores estéticos implícitos en cada crimen. El español Ramón del Valle Inclán publicó su obra teatral “Luces de bohemia” en 1920 y definió el esperpento como “modalidad que consiste en buscar el lado cómico en lo trágico de la vida”. En 1980 se publicó a título póstumo “La conjura de los necios” del americano John Kennedy Toole, una ácida novela anticapitalista tan cargada de humor negro que, en su epílogo fatal, acabó con la vida de su autor, frustrado y suicida. La lista de escritores que han practicado el humor negro es larga.

Veamos ahora el cine: La película de 1955 “El quinteto de la muerte (The Ladykillers)”, dirigida por Alexander Mackendrick y protagonizada por Alec Guinness, es una comedia negra que nos muestra a una banda de patéticos ladrones fingiendo que  ensayan en un sótano. Cuando son descubiertos por la anciana que se lo alquila, pretenden asesinarla, pero son tan patosos que fallan estrepitosamente. Los hermanos Joel y Ethan Coen, cuya obra también se caracteriza por la sátira, realizaron en 2004 un remake de esta película con Tom Hanks a la cabeza en una interpretación memorable –véase en versión original-. Otros ejemplos podrían ser “La Familia Addams” de Charles Addams, “Beatlejuice” de Tim Burton o la obra en conjunto de Álex de la Iglesia, perversa y macabra en tono esencialmente cómico. En una paradigmática escena de Torrente, Santiago Segura nos ofrece la colisión de un avión de pasajeros con una de las torres de Kio; es tan irreverente que el espectador se avergüenza de reírse -se ríe- y exclama: ¡Qué fuerte! Teniendo en cuenta la prolífica industria cinematográfica, las comedias negras deben de ser muy numerosas.

En la televisión hay también múltiples ejemplos: para no resultar tedioso, citaré sólo algunas series de dibujos animados que se supone son para adultos: South Park, Padre de familia, American dad, El show de Cleveland o los celebérrimos Simpson, esa familia que, reunida ante el televisor, contempla los sangrientos festivales de Pica y Rasca y se regocija con la crueldad del ratón, que se ensaña con el gato.

En resumen: queda probado que el humor negro no sólo se halla en el habla de la calle, sino en esferas distintas como la narrativa, el ensayo, el cine, la televisión… Es, pues, una realidad indiscutible asociada al ser humano a lo largo de la historia. ¿Bromearían los europeos del Medievo, en el siglo XIV, acerca de la peste negra y su devastadora mortandad? Me imagino que sí; es propio de nuestra naturaleza y nuestro contradictorio corazón reírnos del mal ajeno.

Pero hay situaciones insólitas en las que no sólo nos reímos de las desgracias del prójimo, sino que bromeamos acerca de las propias: el dramaturgo español Pedro Muñoz Seca, fusilado durante la guerra civil en la matanza de Paracuellos, dirigió estas palabras al pelotón de fusilamiento: “Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que tengo”. Se cuenta que los milicianos encargados de ejecutarle le pidieron perdón por tener que matarle. Y él les perdonó, “aunque me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades”.

¿Es entonces tolerable el humor negro, o habría que considerarlo una degeneración vergonzosa? ¿Se puede bromear en un entierro? ¿Podemos sentirnos libres para reírnos y burlarnos de los muertos? Yo, en vista de tantos precedentes, incluyendo la sincera valentía de Pedro Muñoz Seca, diría que no soy nadie para impartir lecciones de buen gusto o predicar contra una afición tan nuestra. Sólo les sugeriría que recurran al humor negro cuando las circunstancias lo admitan, de manera que nuestras bromas no hieran a quienes sufren.

Foto: Vayatele.com

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