Una campaña de publicidad que estos días se anuncia por televisión dice que preparamos con mucho mimo cosas que realmente van a durar poco tiempo. Si no contamos la cena de Nochevieja -no debemos, realmente- la primera cita del año calculada a conciencia es el Día de Reyes, que en el calendario se sitúa el 6 de enero. A muchos los nervios, como mínimo, empiezan a cosquillearles el día 5. De esos los hay que lo sufren desde por la mañana, otros empiezan a ser verdaderamente conscientes con la llegada de la Cabalgata y los últimos quienes cierran los ojos más fuerte que nunca esperando que esa noche pase lo más rápido posible.
La Cabalgata de Reyes de Villaviciosa de Odón salió de El Castillo a las 18:00 horas, pero los preparativos empezaron mucho antes. Todos los ayudantes de Sus Majestades -pajes, niños participantes en el desfile, colaboradores, etc- se prepararon con esmero vistiéndose y maquillándose en lugares como las escuelas de Santa Ana. El mimo y la magia ya empezaba a flotar en el ambiente, pero quedaba contactar con la realidad.
Así, la comitiva echó a andar. Los Reyes estaban en sus tronos, como siempre deseosos de encontrarse con unos niños a los que luego, ya de madrugada, solo verían dormidos. Melchor, Gaspar y Baltasar estaban en unas carrozas más modestas y a menor altura que otros años -recortes también en los centímetros, suponemos-. Incluso el monarca de la barba castaña tuvo la mala fortuna de que su vehículo se quedara sin luces. Mientras que el sol alumbró no importó tanto pero a medida que se enfiló la calle Carretas, con la noche ya sí cayendo, los adultos tuvieron que ayudarse de la iluminación de las calles para ver bien al segundo de los reyes. A los niños, que tienen luz propia y en este día 5 reciben una bombilla de regalo, casi no les hizo falta.
Desde arriba de las carrozas, y con un público tan fiel como entregado, la sensación es la de sentirse una estrella de Hollywood -imagino-. Debe parecerse a ser Fernando Torres en su presentación del otro día, Cristiano Ronaldo e Iker Casillas llegando a Cibeles con un título o salir a dar un concierto de música delante de un montón de seguidores. Desde arriba se ven todas las caras, de mayores y pequeños, de verdad, así que mi consejo es ser expresivo y no dejarse nada dentro. El receptor recibe esa sonrisa, que primero es alegría y después se convierte, ya para siempre, en vida.
Durante esos momentos nada más importa, ni para los de abajo ni para los de arriba. El tiempo se detiene y no miramos el reloj ni el Whatsapp. Son ratitos de felicidad desbordante de simbiosis: la comitiva de la Cabalgata va recargando fuerzas con cada espectador; ellos tienen a muchas personas en quien fijarse. Había princesas de cuentos de hadas, Tortugas Ninja o nuestra mascota Chito. Pero ellos eran «el aperitivo». Después venían Melchor, Gaspar y Baltasar. Los enanos gritan/saludan/alucinan con todos, aunque siempre tendrán a su Rey favorito.
Eso es algo que saben los pajes de Sus Majestades de Oriente, esos secretarios que ayudan con su ardua -y bonita- labor a los tres Reyes. En la saga de Harry Potter existe un sombrero especial, llamado seleccionador, que, teniendo en cuenta las preferencias de cada aspirante a mago, pone a cada uno de ellos en una casa diferente según sus gustos y personalidad. En el Coliseo de la Cultura los pajes, esa especie de jefes de recursos humanos si lo trasladamos a una moderna óptica empresarial, pusieron a cada niño ese sombrero invisible para que fuese -en general y siempre considerando las aglomeraciones y el rey de turno que estuviese libre- con su preferido. Lo que se ha pedido por escrito nunca está de más pedirlo de viva voz. Y viceversa.
En nuestra cabeza quedarán las percepciones, que vienen a ser reforzadas por las fotografías y vídeos, tan a la orden del día en esta era smartphone. A unos, otros y a quien les escribe les quedará un poco de una cosa y de la otra, y así todo ayudará a recordar esos momentos vividos. Y es que la felicidad de instantes como éstos es doble: la de entonces y cuando viene de nuevo a la mente. Y ya, si me permiten, solo una última recomendación: hablen con quien tengan que hablar y, si pueden, intenten vivir la experiencia desde dentro. Vale la pena. Yo lo voy a poner de nuevo en mi carta del año que viene, por si acaso me pudiera volver a tocar.
Fotos: Prensa Ayuntamiento/Redacción