Esa tarde empezó hablando la mediadora. “Lucía, Juan: llevamos varias sesiones trabajando juntos y como siempre queremos agradeceros vuestra generosidad por compartir vuestro esfuerzo con nosotros. Tanto Miguel como yo vemos que estáis los dos haciéndolo muy bien y habéis avanzado mucho desde el primer día, pero en las últimas sesiones tenemos la sensación de que nos hemos estancado. Quizás somos nosotros y, en este caso, sería bueno que nos dijerais qué necesitáis, si estáis a gusto o si queréis que cambiemos algo, ya sabéis que éste es un espacio abierto en el que cabe toda sugerencia”.
“Por mi está todo bien, estoy bien”, dijo Juan.
Lucía opinó lo mismo.
“¿Qué os parece si hoy hacemos algo diferente, por ejemplo un juego?
Lucía y Juan aceptaron, como siempre que se hacía algo diferente.
“Bien, vamos a levantarnos todos”, dijo Miguel, el mediador. “Vamos a movernos un poco por la sala, como para cambiar un poco el ritmo y el espacio, que entre un poco el aire que todo lo limpia y vamos todos a cambiar de silla, ¿os parece? Los mediadores nos cambiaremos de sitio entre nosotros y vosotros también. El ejercicio consiste en que cada uno se comporte como el que estaba sentado en la silla contraria. Que diga lo que se supone que el otro piensa, lo que siente durante este proceso de mediación”.
“¿Quien quiere empezar?”
Lucía se ofreció sin pensarlo, esa tarde se sentía con fuerzas y no lo dudó.
“Bueno….», titubeó Lucía en un principio. “Yo, Juan, tengo la intención de hacer las cosas bien, pero también tengo ganas de acabar cuanto antes con esto. Bien es cierto que no quiero hacer ningún daño a Lucía, pero tengo ganas de empezar con mi nueva vida. Me ha costado mucho tomar esta decisión y voy a luchar por todo lo bueno que merezco. A veces siento que Lucia es un lastre que me ha impedido hacer muchas cosas y ahora es mi momento. Si durante la mediación mi actitud es siempre flexible y le ofrezco llegar a acuerdos realmente beneficiosos para ella y no tanto para mí, es porque no quiero ser el malo de la película ya que he sido yo quien ha roto lo nuestro. Por lo menos portarme ahora como un caballero”.
“Juan”, dijo la mediadora, “es tu turno, recuerda que estás sentado en la silla de Lucía”.
“Yo, la verdad”, dijo Juan, intentando hablar de la manera que lo hacía Lucía, «no sé muy bien qué pensar, nunca lo he sabido del todo y ahora menos porque no tengo fuerzas. Hay una pequeña parte de mí que quiere llegar a un acuerdo con Juan y quedar incluso como amigos. ¿O no? Tampoco sé si eso sería bueno, casi todo el mundo me dice lo contrario y no sé qué hacer. No sé lo que quiero realmente, si quiero alargar esto para no enfrentarme a la realidad o cerrarlo por fin. Mi vida se ha roto y demasiado que estoy aquí.”
Todo se quedó en silencio, un silencio incómodo que ninguno de los mediadores quiso romper de inmediato, porque a veces es necesario que salga a flote lo que no cuentan las palabras. Era la primera vez que Juan miraba a Lucía perplejo. Estaba enfadado e incómodo por primera vez. Lucía en cambio no levantaba la mirada del suelo. Los mediadores propusieron que todos volvieran a sus sillas.
“Juan”, dijo Miguel, “¿qué has sentido viéndote con los ojos de Lucía? Me he visto como un egoísta, parece que ella piensa que no tengo derecho a rehacer mi vida, y que todo lo que hago con buena intención lo traduce en quedar bien”.
“¿Quieres decirle a Lucía como te sientes?»
Lucía siento tristeza, -añadió Juan- sé que te he hecho daño dejándote pero ninguno de los dos merecía seguir así. Yo te quiero mucho y precisamente por eso tomé la decisión de no fingir más y por eso también estoy intentando ahora hacer las cosas bien. Me da pena que no lo veas así.
“Lucía, ¿quieres decirle algo a Juan?”
Lucía no pudo mirarle a los ojos como había hecho él mientras hablaba. Sólo acertó a decir que se sentía paralizada desde la tarde que él se fue y que era pronto para verle de otra manera. “Todavía no puedo Juan, todavía no puedo”
“¿Quieres un vaso de agua, Lucía?, ¿estás bien si seguimos?
Si, por favor estoy bien”, dijo tímidamente.
“Cuéntanos entonces como te has visto tú, Lucía, cuando Juan estaba en tu silla” dijo la mediadora.
«Me he visto muy mal, tan débil. Pasaba de una opinión a otra, sin personalidad. Debo de ser muy pequeña a sus ojos».
“¿Quieres decirle algo a Juan?
Sí, que no me gusta que me veas así… yo lo estoy pasando mal, pero sabes que saldré de esta… con el tiempo”.
“Juan, ¿quieres decirle algo a Lucía sobre lo que acaba de decir?
A mí me gustaría explicar que yo te veo ahora débil, ante esta situación, porque sé que no es lo que habías pensado para nosotros, para ti. Pero sé que eres una mujer fuerte y que te esperan cosas maravillosas, no sólo porque te lo mereces, si no porque harás lo posible para que así sea”.
El mediador, por su parte, quiso volver a una frase que dijo Lucía, “me ha llamado la atención que dijeras que debías ser muy pequeña a los ojos de Juan. Nosotros pensamos que nadie es pequeño o grande, las personas nos mostramos fuertes o débiles en según qué situaciones, y es normal que ahora te sientas así. Todos necesitamos tiempo para adaptarnos a las nuevas situaciones y tú estás haciendo tu parte. Viniendo aquí lo estás demostrando.”
Los mediadores, para finalizar, les agradecieron la participación en el ejercicio y se dispusieron a cerrar la sesión. “Muchas gracias a los dos por vuestra predisposición de siempre, vemos que sois dos personas que se han querido mucho, que ese cariño permanece y que se traduce en la intención de hacer las cosas bien y no hacerse daño”.
Cuando Lucia y Juan se marcharon los dos mediadores se quedaron solos en la sala hablando de la sesión y decidieron empezar la siguiente proponiendo un caucus para cada uno de ellos. Querían hablar con Lucía a solas y esa era la mejor forma de hacerlo. Abrieron las ventanas y volvió a entrar el aire. En un rato entraba la siguiente pareja y el espacio tenía que limpiarse y dejar sitio a sus nuevos dueños.
Continuará.
Hoy os sugiero
El libro ‘El amor inteligente’ de Enrique Rojas, Catedrático de Psiquiatría en Madrid. Nos dice el autor que en el tablero de la psicología juegan al ajedrez los sentimientos y la razón, arbitrados por la cultura. “Para estar con alguien es preciso estar primero con uno mismo”.
La buena noticia de la semana
Hoy quiero compartir con vosotros un anuncio que seguro que ya habréis visto.
No es mi intención hacer publicidad y menos de una empresa que no lo necesita. Pero quiero contaros que, como mediadora, tengo un sentimiento agridulce, por un lado la alegría que de por fin en un medio, como es la publicidad, se contemple la figura del mediador en la resolución de conflictos y por otro lado las ganas de ponerle un pero: el mediador no da ninguna llave, como ya os he comentado muchas veces, él no tiene la solución, como se da a entender en el anuncio, simplemente ayuda a que las parejas o personas en un conflicto encuentren su propia solución. Pero el anuncio está muy simpático y me quiero quedar con eso.
Un abrazo a todos.
Foto: terapiadepareja24.com