Comenzamos el recorrido desde el acceso al castillo que queda frente al parque. Lo primero es elevar la vista hacia la gran cantidad de árboles de diversos colores y tamaños: puedo distinguir preciosos sauces llorones, pinos piñoneros, abetos, chopos, un melocotonero con sus aún pequeños frutos y vistosas flores rosas, una palmera de ancho tronco y grandes hojas, un árbol de bonitas hojas anaranjadas…. Hay otros ejemplares, pero mis modestos conocimientos no me permiten identificarlos. Todos juntos forman un espectacular conjunto que transmite una poética y evocadora impresión, pues el Parque de los Patos está a la altura, en belleza y elegancia, de los elementos arquitectónicos y los jardines que quedan justo enfrente.
Pronto nos hallamos ante la escultura llamada “Maternidad” del académico Joaquín García Donaire. Nos muestra a una fuerte mujer que sostiene con orgullo y firmeza a su hijo. Es una hermosa obra en tono verdoso-azulado rodeada por un banco de piedra blanca y un pequeño jardín. Seguimos un camino escalonado de tierra y vigas de madera flanqueado por flores rojas y rosas y bajamos a una plazoleta circular con otra bancada de piedra, suelo de losetas, surtidor de agua para beber y dos amplias zonas de juegos infantiles con bancos para adultos en los terrenos anexos.
Estamos en el sector más próximo al pueblo, entre setos y arbustos, algunos geométricamente podados, árboles y senderos. Nos internamos ahora por el camino que queda más alejado del castillo, donde a la derecha advertimos terrenos de maleza, y subimos doce suaves escalones de madera. Y llegamos a la gran estructura de metal pintada de blanco, arqueada y semicircular, que circunda una parte del estanque y está invadida por las plantas, que presumen de sus flores color lila, y los troncos, que se anudan a sus barras verticales. Es un lugar especial, en el que puede uno sentarse sobre los bancos y ver desde allí a las aves mientras se siente y se agradece una ligera brisa bajo la agradable sombra que proveen unos enormes árboles.
Volvemos a acercarnos a la escultura, desde donde el suelo está cubierto de losetas hasta la terraza curva que cae al estanque con tres grandes escalones. Es el rincón perfecto para ver y alimentar a las aves, pero no les hemos traído pan, ¡qué descuido! El gran estanque, de aguas entre amarillentas y verdes, está dividido en tres alturas, cuenta con una caseta circular central y seis pequeñas casitas a la sombra de unos abetos para que las aves se guarezcan y descansen. Contamos a ojo unos cuarenta ejemplares de patos y cisnes, incluidos siete u ocho graciosos polluelos que se apresuran siguiendo a sus mamás. Todo el estanque está cercado para mayor seguridad de las aves, e incluso un cartel azul celeste nos indica que esto es un Recinto Zoológico y está prohibido el acceso; la multa es de 500 euros.
Para llegar al otro lado del estanque hemos caminado junto a más jardines, pinos y sendas de tierra. En este sector, junto a la urbanización El Castillo, hay algunas parcelas de césped algo reseco que no ha resistido el poder calorífero del sol y parece necesitar más agua. Hallamos aquí un cartel inclinado que nos revela las diez especies que habitan el estanque: El Ánsar Emperador, el Ánsar Índico, el Azulón Enano o Kuáker, la Cerceta de Collar, el Cisne Mudo, el Mandarín Blanco, el Pato Colorado, el Pato Mandarín, el Tarro Blanco y el Tarro Canelo. Una delicia, en resumen, para los amantes de la fauna y la flora en particular y la naturaleza en general.